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Las muertes por acoso escolar se cuentan ya por miles |
«Papá,
mamá... espero que algún día podáis odiarme un poquito menos. Yo no aguanto ir
al colegio y no hay otra manera para no ir»
Fueron las últimas palabras que
escribió el pequeño Diego, de once años, antes de arrojarse desde la ventana de
su habitación. Tras el trágico suceso surge de inmediato una cuestión: ¿por
qué? ¿Qué lleva a un niño de esta edad a desear morir? Anteriormente el niño ya
había denunciado el trato vejatorio que sufría por parte de otros alumnos en el
centro de Nuestra Señora de los Ángeles (Madrid), que
incluía insultos, asilamiento, amenazas e incluso la utilización de redes sociales. Esto nos conduce a otro
"porqué" mucho más difícil de comprender, sobre todo por el veneno
tan absurdo y terrible que encierra su respuesta. Comprender que el hombre es
alimento para el hombre resulta difícil, pero cuando hablamos de niños, la
dificultad se dispara hasta lo imposible. Igual de difícil es entender la actitud de
muchos padres o del propio profesorado. Recordemos si no el caso de la pequeña María,
alumna del mismo centro, que también intentó suicidarse por el acoso de sus
compañeras en el año 2010, y que contó a un diario: «Los profesores dejaban que
otras niñas me pegaran porque decían que eso me haría más fuerte». O el del
propio juzgado, que considera insuficientes las pruebas de acoso hacia Daniel y
no ha dudado en archivar el caso y olvidarlo. Otros muchos niños seguirán siendo
torturados en los colegios, otros tantos optarán por quitarse la vida, pero
ninguno aprenderá a respetarla, y no lo harán porque carecen de ejemplo, tanto
en los colegios como en su propia casa. Descanse en paz, Diego.
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